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Alboroto ante encíclica sobre Medio ambiente

Tengo un presentimiento de que el Papa recogerá un importante tema planteado por Benedicto XVI para tratar la “ecología humana”, y que en este contexto promoverá la dignidad de la vida humana, desde su concepción hasta la muerte natural.

Por: George Weigel* | Publicado: Viernes 29 de mayo de 2015 a las 04:00 hrs.
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Imaginemos por un momento que el evangelista Lucas viviera precisamente hoy, en nuestro mundo de ciclos noticiosos de 24/7, de combates ideológicos librados en el ciberespacio, de "análisis" de archivos digitalizados y de todas esas controversias fabricadas por los blogueros, que juegan a ser sus propios editores (recordándonos el por qué Dios inventó a los editores): en suma un mundo que gira enloquecido, cada vez más centrífugo.

Ahora bien, supongamos, y con toda razón, que la comunidad cristiana de sus días, como la nuestra al presente, estaba dividida en diversas facciones y campos, cada cual con su propio punto de vista sobre el significado público de aquello que los primeros discípulos llamaban El Camino. Imaginen ahora que algunos cristianos pensaban que El Camino debía ser más agresivo con respecto de los romanos, mientras que otros aconsejaban la cooperación con la autoridad establecida, o alguna forma de resistencia pacífica.

De tal modo, los seguidores de El Camino adoptan diversas posiciones frente a los zelotes -un enjambre variopinto de activistas antirromanos- y su papel en la primera guerra judeo-romana, librada del 66 al 70 a.C.; algunos cristianos conciben a los zelotes como héroes, otros claman que son unos dementes. El debate continúa incluso después de que los romanos aplastan la revuelta y Tito reduce el Segundo Templo a escombros.

A poco andar comienza a correr por la comunidad cristiana el rumor de que Lucas, un hombre de cierta autoridad, que habría sido compañero de viaje de san Pablo, se propone escribir un Evangelio: suerte de "cuenta ordenada" de "las cosas que se han logrado de parte nuestra". Los diversos campos cristianos saltan directamente al torbellino. Un apparatchik pro-zelotes da una entrevista al Guardian de Jerusalén, sugiriendo que el trabajo de Lucas reivindicará a los zelotes.

Seguidores más conservadores de El Camino caen en la trampa e inundan la Internet con blogues, atiborran al David Street Journal con columnas de opinión y cartas al director que van-y-vienen, sugiriendo en cada momento que Lucas apenas tiene un conocimiento superficial de la historia relevante y que su Evangelio sin duda suscitará un peligroso entuerto al beneficiar directamente a los poderes del momento. Ninguna de las partes ha leído siquiera un párrafo del Evangelio por aparecer, pero sus tiras y aflojas no acaban por meses.

Finalmente ve la luz el Evangelio según Lucas y una rápida ojeada a su capítulo sexto revela lo siguiente: "En aquellos días [Jesús] subió al monte para orar; y siguió orando a Dios durante toda la noche. Y cuando se hizo el día llamó a sus discípulos, escogiendo a doce de entre ellos, a quienes llamó apóstoles; Simón, a quien llamó Pedro, y Andrés, su hermano; a Santiago y a Juan, a Felipe y a Bartolomeo, a Mateo y Tomás, a Santiago, hijo de Alfeo, y a Simón, a quien llamaban el Zelote, a Judas, hijo de Santiago, y a Judas Iscariote, quien sería traidor".

El partido pro-zelotes de los seguidores de El Camino se arremanga la camisa y comienza a bombardear al mundo con comunicados de prensa, editoriales y entradas a los blogues. Lucas -aquel héroe que contribuyó a llevar la fe cristiana a Europa, sabio médico y notable historiador, amigo de María, la madre de Jesús, y de Pablo- ha dejado perfectamente en claro que la Iglesia está cuadrada con los zelotes y su programa; pues, ¿por qué otra razón podría Lucas haber escrito, "Simón, a quien llamaban el Zelote"? El partido anti-zelotes se muestra de acuerdo con que la referencia a "Simón, a quien llamaban el Zelote" coloca a Lucas completamente en línea con el partido pro-zelotes y acto seguido comienza a gemir y a lamentarse de que el evangelista haya tomado parte en una disputa que implica materias de buen juicio que él no tendría autoridad alguna para resolver.

Así siguen y siguen durante semanas, mientras no ponen virtualmente atención alguna a los siguientes episodios de la narración de Lucas: la Anunciación por el Arcángel Gabriel y el Magnificat de María; la historia del nacimiento de Jesús en Belén; la presentación del niño Jesús en el Templo; las profecías de Simeón y de Ana, y el Nunc dimittis de Simeón; el hallazgo del niño Jesús en el Templo; el episodio de los dos hombres de Gadara poseídos por demonios, que al ser expulsados por Jesús huyen en forma de cerdos y se precipitan en el mar de Galilea (M 8: 28, 33); la parábola del fariseo y del publicano; la historia de la conversión de Zaqueo; la parábola del mal siervo; la historia del buen ladrón, a quien Jesús perdona desde la cruz; la historia de los discípulos que se encuentran con Cristo Resucitado en el camino de Emaús; y la Ascensión en Betania. ¿Y qué de las batallas centrífugas desatadas meses antes de publicarse el Evangelio? Los combatientes ignoran casi todo lo que es único y la mayor parte de lo que es importante en lo que Lucas cuenta de la historia de Jesús.

Lo anterior es algo que no podemos menos que considerar vergonzoso: en pos de adjudicarse algunos puntos en un tira y afloja ideológico, los combatientes pasaron completamente por alto el punto central del Evangelio de Lucas y la peculiaridad de su modo de ver la vida, las enseñanzas, el ministerio y la Resurrección del Señor.

Sugiero que algo similar está ocurriendo desde hace algunos meses en anticipación a la próxima encíclica del Papa Francisco, que versará sobre la humanidad y su entorno natural. A fines del año pasado, un funcionario de tercer nivel del Vaticano, con un gustito por las políticas de izquierdas y afanado en la promoción de su persona, dio una entrevista al Guardian sugiriendo que la encíclica sería, en efecto, el endoso papal al modo de cómo la ONU encara los problemas del cambio climático.

Ciertamente un aporte al torbellino centrífugo, que el izquierdista diario británico estuvo más que feliz de poder destacar, aunque hacerlo le demandara al mentado Guardian tomar un breve respiro de su habitual ensañamiento contra todo lo católico. Gracias a Internet, un artículo basado en esa entrevista saltó instantáneamente al otro lado del Atlántico y de modo igualmente instantáneo, aquellos católicos que se muestran escépticos tanto respecto de la ciencia del cambio climático como del papa Francisco, cayeron en una forma de pánico, advirtiendo que el Papa iba a escribir algo que podría enfrentar al mundo católico con Al Gore, Tim Wirth y los adoradores de Gaia.

Ninguna de las partes de esta disputa, que se arrastra ya por un año, ha visto siquiera un borrador de la encíclica. Pero, todos ellos están bien seguros de que se trata de una "encíclica sobre el calentamiento global" -a semejanza de cómo mis ficticios combatientes del siglo I estaban convencidos de que el Evangelio de Lucas estaba por entero dedicado al partido zelote- blandiendo en consecuencia sus garrotes retóricos.

No caben dudas sobre que el Papa Francisco ha dicho y hecho cosas que abonan las
preocupaciones de una de las partes en disputa. Pero tampoco caben dudas de que ha dicho y hecho cosas que habrán torturado a Tim Wirth -ex subsecretario norteamericano para asuntos globales- hasta provocarle una terrible acidez gástrica, lo que no quita que sospechemos que éste jamás se ha dado el trabajo de informarse de las palabras del papa, como, por ejemplo, la denuncia que hizo Francisco el pasado enero de lo que llama "la ideología de la colonización" del tercer mundo por parte de personeros del primer mundo que buscan controlar su crecimiento demográfico, como hace el mismísimo Tim Wirth.

La inepta operación de prensa vaticana ha probado ser incapaz de poner orden en la loca carrera previa a la encíclica; tampoco se hizo un gran favor al papa o a la acogida de su encíclica cuando el mentado funcionario del Vaticano que desató todo el asunto a través del Guardian, puso en escena en Roma una conferencia sobre el cambio climático, de la que premeditadamente excluyó a quienes son escépticos de la ortodoxia con que Naciones Unidas trata el cambio climático (poniendo en entredicho el deseo expreso del papa de discutir abiertamente el problema en la Iglesia).

Con todo, el alboroto non-stop en torno de la inminente encíclica -esa fuerza centrífuga que mantiene exultante a un sector mientras que el otro se hunde en amarga desesperación- parece sumamente desproporcionado cuando consideramos lo que de veras sabemos con antelación acerca del pensamiento de la Iglesia Católica en materia de medioambiente y, por ende, de la anunciada encíclica.

Una cosa que sí sabemos con certidumbre es que no hay absolutamente nada de nuevo en que los papas traten asuntos relacionados con el medioambiente. Lo hizo Juan Pablo II; lo hizo Benedicto XVI; y ahora lo va a hacer Francisco. Las líneas argumentales que sugieren que la próxima encíclica es una especie de nuevo y radical punto de partida en la lista de los asuntos tratados por el magisterio papal, son meras manifestaciones de esperanzas o de temores; lo que no son en lo más mínimo es algo históricamente preciso.

Más aún, no hay razón para pensar que el Papa Francisco intenta cambiar o alterar espectacularmente el paradigma con que la Iglesia piensa la humanidad y el mundo natural: un paradigma derivado de Génesis 1: 27-30, en que los seres humanos se sitúan en el centro del mundo natural; en que los seres humanos son portadores de una responsabilidad al cultivar el mundo natural; y en que los seres humanos por cierto no son considerados como agentes de polución del mundo natural, al estilo de un Bill McKibben y aquellos de sus ideas.

Otra cosa que sabemos con certeza, al menos juzgando a partir de sus declaraciones como papa y su historial como Arzobispo de Buenos Aires, es que Francisco tiende a pensar el "medioambiente" y la "ecología" de modo mucho más exhaustivo que aquellos ases que combaten en la guerra de los blogues que antecede a la encíclica. No tengo la menor duda de que la encíclica tratará el cambio climático; no tengo idea de lo que el papa dirá sobre la materia, aunque mis personales contactos romanos me sugieren que "no se meterá en la ciencia".

Estoy razonablemente seguro de que toda discusión en torno del cambio climático estará inserta en un contexto moral mucho más amplio, destacando el tema bíblico de un manejo humano adecuado del orden de la Creación. Tengo un presentimiento de que el papa recogerá un importante tema planteado por Benedicto XVI para tratar la "ecología humana", en el sentido de la cultura moral pública de nuestro tiempo, y que en este contexto promoverá la dignidad de la vida humana, desde su concepción hasta la muerte natural. Y estoy dispuesto a apostar que el Papa volverá, una vez más, a decir cosas duras en relación a la "cultura de lo desechable", que tiene por descartables tanto a las cosas como a las personas, dependiendo de su "utilidad", o la falta de ella.

En otras palabras, parece bastante probable que la discusión del cambio climático por parte de la encíclica será presentada en un contexto bastante diferente, mucho más complejo y por ende mucho más interesante que aquel establecido por Ban Ki-moon [secretario general de la ONU], la burocracia de las Naciones Unidas y la industria del calentamiento global.

También tengo la razonable certeza de que buena parte de lo que tratará la futura encíclica será pasado por alto por los paladines de los diversos bandos que ya han hecho una enorme inversión de tiempo, energía y credibilidad en su intento por convencernos de que alguna faceta en particular de entre aquellas que tratará la vasta exposición papal sobre humanidad y mundo natural agotaría todo el asunto. Como sugerí a pocos meses de su elección, el Papa Francisco se ha convertido en un test de Rorschach global, en cuyas manchas de tinta se pueden proyectar un número extraordinario de esperanzas y temores, fantasías y ansiedades.

Esta aplicación del Rorschach a la persona del papa ha llegado al punto de que ya resulta difícil encontrar al hombre real y su enseñanza auténtica en medio de los primeros vientos, el huracán y la calma posterior. El hecho de que la oficina de prensa del Vaticano haya probado ser incapaz de tratar esta realidad es otra señal de que la profunda reforma, cuya realización se puso en manos de Jorge María Bergoglio al ser elegido papa, es tarea que aún resta por cumplirse a plenitud. Y esa deficiencia se notará en todo su ancho cuando finalmente se dé a luz la encíclica del Santo Padre.

¡Qué duda cabe que espero equivocarme en este punto! Espero que mi pequeño arranque hipotético referido a Lucas pueda realizar algún aporte para ayudarnos a entender la brutal tormenta que enfrentará esta encíclica y que podría dejar a la deriva el principal mensaje moral de la encíclica papal cuando comience un nuevo ciclo centrífugo. Y sería vergonzoso pasar por alto la Resurrección a causa de las interminables escaramuzas en torno de "Simón, al que llamaban el Zelote".

*Miembro asociado distinguido del Washington Ethics and Public Policy Center, donde es titular de la cátedra William E. Simon de Estudios Católicos.

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